Por: Luisa Fernanda Sánchez
Fotografía por: Luisa Fernanda Sánchez
La siguiente imagen que tuve de Isabela, el día después de hablar con ella y escribir su historia, fue caminando hacia una esquinita, donde se sentó a llorar y a demostrar su enojo o frustración, porque según me enteré, en la carrera que corría ese día, algo salió mal con su bici y tuvo que abandonar la competencia, la misma que había soñado correr.
La vi tirando su casco, rechazando su bici, diciéndole algo a su mamá que entendí como un “no quiero nada, déjame sola” y lo mismo hizo con aquel tumulto de personas que al ver su “condición”, se acercaron a decir palabras que ella probablemente no entendía. Con arrebato, los rechazó a todos e hizo valer su derecho a llorar en soledad.
Dejé que pasara la efervescencia del momento y pronto me acerqué con cautela. La saludé y le recordé que el día anterior habíamos conversado. Entre lágrimas me miró y asintió mi presencia. Le hablé y traté por todos mis medios de decir todo para tranquilizarla. Con reproche me confesó algunas cosas, en especial de su bicicleta y sus padres, y después de un rato pude hacer que saliéramos a buscarlos.
Caminamos. Yo con su bici y su casco, y ella con su manita secando sus ojos. Me dijo alguien que hasta salimos en una toma de la transmisión de televisión que se hacía en directo. Para evitarse los pasos, decidió volver a su caballito de acero y me reprochó por su cadena caída, la causante de su salida temprana de la competencia, y yo que estaba a su total servicio, me las di de mecánica para resolver el impase. Pero Isabela aún lloraba con rabia.
Seguí hablándole hasta que nos encontró su papá, que estaba distraído porque el hermano mayor de Isabela estaba en competencia y ni qué decir la mamá que estaba lidiando con su hermanito menor. Dejó que yo me quedara más tiempo con ella. Yo decidida a ahogar su tristeza, le ofrecí invitarla a lo que quisiera a cambio de su sonrisa. Y como dulce al niño, Isabela aceptó. “Busca lo que quieras y vuelve para que vamos a comprarlo”, le dije.
Hizo las paces con su bici, se fue de mi vista y en cuestión de minutos volvió para decirme que quería un ‘raspao’. Su padre volvió, le pedimos permiso para comprarlo y el resultado, lo juzgan ustedes por la foto que le pedí a un transeúnte que nos tomara.
Al terminar, respiré profundo, volvimos a sus padres, me despedí y le reiteré a la distancia el anhelo más sincero que me inspiró haberla encontrado: Rueda siempre a tus sueños, Isabela.
La historia inicial de Isabela, su cicla y sus sueño la pueden encontrar en https://festivaldefestivales.com/rueda-siempre-a-tus-suenos-isabela/